La historia de Eugène Atget es, por decir lo menos, particular. Nace en 1857 en Francia y recorre un largo camino antes de llegar a la fotografía. Siendo aún joven es marino, viaja a Uruguay, trabaja como actor, camarero e incursiona en la pintura sin resultados positivos.

Es así como llega a la fotografía, en busqueda de sustento. Establecido en París, se dedica a retratar personas en la calle, como fotógrafo ambulante y a suministrar material fotográfico para los pintores de estudio de la época. Así comienza lo que sería una gran colección de fotografías: al rededor de 4000 imágenes de la ciudad, sus monumentos, parques, edificios y personajes-habitantes; una cronografía de la época en clave óptica con una visión diferente, alejada de las obras cargadas de discurso y subjetividad de los movimientos artísticos coetáneos. La de Atget es una obra sin discurso, pero capaz de hablar mucho; cuando no aparecen, se muestran invisibles los actores, misteriosos, ausentes -constituyendo así lo que es un discurso subversivo por sí mismo.

Y a pesar de ser seguido por una parte grande de las vanguardias artísticas de la época -Man Ray incluido- y haber alcanzado una notoriedad creciente, murió en la miseria, como tantos otros.